Un viaje entre hadas y tehuanas: el arte de Miguel Toledo Gúzman.



Lo maravilloso del artista es que envía mensajes directos, del alma al corazón. Atrapa por medios de sonidos, letras, formas o colores al mundo espectador; da permiso para emprender un viaje desde la imaginación (o desde la realidad), usando como vehículos a los sentidos y la sensibilidad.
Las bellas artes, la pintura, tiene este poder de hablar con la simbología de los sentimientos. Y  para el joven oaxaqueño Miguel Toledo Guzmán, la pintura no es otra cosa que una herramienta para expresar emociones.

Despierta un talento
Nacido en la ciudad de México, en 1967, se define como oaxaqueño por ser hijo del Istmo de Tahuantepec.  “Mi papá es de Espinal, un pueblo a cinco minutos de Juchitán  y mi mamá, de Italtepex”, explica Toledo Guzmán. “Mi papá hablaba zapoteco y luego aprendió el español”. A los cuatro años Miguel  pintaba caricaturas de Walt Disney.  A los siete, participó en un concurso de Televisa y Pelican donde obtiene una mención honorífica; “en la secundaria tuve la oportunidad de ganar varios concursos organizados por  ASEP y el Instituto Mexicano de Bellas Artes, y en 78 obtuve un primer lugar”.
Durante su adolescencia, toma un descanso en la pintura por  tres años e incursiona en la música a través del piano clásico.
Pero el destino lo aleja de su familia y Miguel toma rumbo hacia Estados Unidos de América, donde trabaja en la cafetería de su escuela en San Gabriel. Por eso, comienza a crear afiches teniendo como base la nutrición. “En 1981  éste país no estaba abierto a la diversidad gastronómica cultural. Mis afiches eran sobre los riesgos del colesterol, cuantos gramos de grasa tenían las hamburguesas”.
Gracias a los afiches gana una beca en Carolina del Norte para estudiar todo lo referente al funcionamiento de una cafetería estudiantil. A su regreso a Los Angeles decide ser estudiante de tiempo completo, ingresa a la Universidad del Sur de California (USC)  y logra una extensión universitaria a París, Francia.


Valorando lo nuestro
“Mi abuelo siempre nos hablaba de París”, cuenta Miguel. “Era un empresario muy inteligente en el Istmo, y mi abuela una tehuana que marcó mi vida. La admiración mía por la mujer, mi amor por las tehuanas, se lo debo a mi abuela quien nunca vistió otra cosa que su huipil”. Allí llegó en 1994. París, cuna del arte, le enseña a rescatar su identidad.
“Muchas cosas estaban pasando en México mientras yo estaba en París. El levantamiento de los zapatistas lleva a que los europeos apoyen todo lo proveniente de las culturas indígenas mexicanas”.
“El Centro de Cultura Mexicano, donde yo trabajaba, sufrió varios ataques en protesta contra la represión zapatista. Para intentar calmar los ánimos,  nuestro gobierno lleva a Paris una muestra itinerante del Museo de Antropología e Historia”.
Se maravilla por la reacción de los europeos al arte prehispánico y descubre que esas imágenes son parte de él mismo: “es increíble, pero tenemos que estar fuera de nuestra cultura para apreciar lo que tenemos”.
Como dice Octavio Paz, el complejo de Malinche lleva al mexicano mestizo a una ambivalencia: no es blanco de ojos claros como el europeo, pero tampoco quiere ser indígena, porque serlo es ser “pobre, marginado y desplazado”. Pero París no solamente le devolvió el amor a la pintura, sino que también le reafirmó su identidad indígena y el amor por sus raíces. Regresa a Estados Unidos y comienza a pintar inspirado en el arte de Diego Rivera y de Frida Kalho. Crea un mural bajo el nombre de “Sueños líquidos” en un hospicio de Los Angeles, donde trabajó por tres años haciendo servicio social para gente carente de recursos. El mural reflejaba el triunfo de la esperanza y la vida frente al desamparo.
La influencia de Dalí le acerca al surrealismo en México a través de la trayectoria de   Frida y con un mensaje de gran  amor por el Istmo, por el mito matriarcal y el papel de la mujer tehuana. “Kalho y Rivera marcan mucho mi vida de pintor, ellos buscaban lo mismo que yo:  establecer su identidad en un mundo capitalista”.
“La Patita”, una de la obras más conmovedoras de Miguel Toledo, está inspirado en una canción de Cri Cri . Una mujer tehuana que con su canasto sale al mercado, angustiada por tener que pedir fiado para darle de comer a su hijos, pero orgullosa de ser madre.
A través de los símbolos, el joven pintor se identifica con los oaxaqueños.  Además de las tehuana,  el huipil, los colores brillantes del Istmo, las hamacas, el mercado, están en la mayoría de sus pinturas. Los elementos étnicos se mezclan con lo fantástico, con los cuentos de hadas. Viajamos entre rostros de tehuanas y  hadas.
Uno de sus cuadros “La Bella Durmiente” representa a una tehuana dormida, con un hada a la izquierda y en la dirección opuesta la imagen del dragón. Representa el estilo de Miguel Toledo Guzmán que trasciende de la imagen étnica de las trenzas, la vestimenta y el color brillante para llevarnos al mundo de  lo fantástico.

Los sueños
El sueño de Miguel es utilizar la pintura como un medio en defensa de los valores indígenas oaxaqueños y de los emigrantes indígenas de éste país. “Quiero hacer de mi pintura una herramienta para expresar las necesidades de mi pueblo. Quiero ser la voz de quienes no tienen voz por no hablar el idioma de este país. Enmendar los abismos que existe entre nuestra cultura y la cultura del norte blanco. Crear una nueva estética que utilice la simbología nuestra y la simbología de éste país”.
“Tengo otro sueño”, finaliza, “decirle a los jóvenes que les daremos  los medios materiales para lograr su sueño de crear.  Decirles ‘aquí tienen papel y pinceles y el resto es de ustedes’…  dejen volar la imaginación, dejen volar el corazón”.
Para quienes quieran comunicarse con Miguel e interesarse en sus obras, su correo electrónico es m.g.toledo@lycos.com.

 (Publicado en HispanicL.A. Editor: Gabriel Lerner)




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